sábado, 8 de septiembre de 2012


EL HORIZONTE CULTURAL DE SAN JUAN DE LICUPIS
-Crónica-

I

En el archivo de la Asociación “San Juan de Licupís”, sede Chiclayo, existe un Libro de Actas correspondiente al año 1992. A folios 54-56 está el Acta cuyo contenido, entre otras cosas, dice: “En la cima de las peñas de Rangra Circa (4118 mts de altitud) y las inmediaciones de las lagunas grandes Clara y Oscura (Mishahuanga), del distrito San Juan de Licupís, provincia Chota, departamento Cajamarca (Perú)… a los 28 días del mes de noviembre de 1992, se reunieron las principales autoridades de todo el distrito, los pobladores licupisanos, así como una delegación de la Asociación “San Juan de Licupís” presidida por Mario Gastelo Mundaca, con el fin de fundar la Casa del Turismo y la Cultura…, de ubicar el área respectiva y poner la inscripción sobre cemento en los galayos seleccionados…”.
   
Integrantes de la Asociación "San Juan de Licupís" - Chiclayo, autoridades y pobladores del distrito de San Juan de Licupís.



Pues así aconteció. Se acordó fundar, en el paraje altísimo de nuestro distrito, la “Casa del Turismo y la Cultura San Juan de Licupís”, institución promotora del turismo rural con gestión comunitaria, del arte y la ciencia, y defensora de la flora, la fauna y el medio ambiente en general.



Para ubicar y delimitar el área institucional en la cumbre llana del Mishahuanga, dentro del territorio distrital de San Juan de Licupís y la Comunidad Campesina de igual nombre, se designó a los señores peritos Franklin Fernández Gastelo (Gobernador del distrito), José Alcides Gonzáles, Aladino Montalvo Fernández, Otón Gastelo Manay y Juan Cabrera Gastelo, quienes, apoyados por don Francisco Manay Guerrero que proporcionó la documentación respectiva, ubicaron una superficie de 15 Hectáreas y le señalaron los límites.



Asimismo se acordó que a un lado de la referida área, hacia el sureste, construyan su vivienda los licupiseños que estimen conveniente, para dar origen a un caserío y proteger de esta manera a la Casa del Turismo y la Cultura. Prolongar la carretera hasta aquí, era una necesidad ya notada en aquella ocasión.






Luego de poner la “primera piedra”, hacer la inscripción sobre cemento y dar las recomendaciones del caso, finalizó el acto.





II

El entusiasmo cultural de entonces nos llevó hasta los Gentilares de Cajamarquilla, por ver el estado en que se hallaban.


A propósito, historiemos un poco: Según las evidencias, a mediados del siglo XVI los colonizadores españoles llegaron a la comarca para adueñarse de las tierras, extraer minerales, explotar a los nativos o andígenas e imponer la religión de Cristo. Desgraciadamente, todo lo lograron a golpe de matanza y convirtieron al extenso paisaje en una hacienda colonial que bautizaron con el nombre de Licupís. Los nativos rebeldes acabaron por replegarse hacia las posesiones inaccesibles para los españoles. Una de esas posesiones fue el gran rellano, al pie de los peñascos de Cajamarquilla. Aquí los nativos resistieron el asedio y la arremetida, y mantuvieron largo tiempo su identidad, a la cual el hacendado español tuvo que respetar. Las ruinas que aún existen en este rellano, pese a la degradación progresiva del terreno, están formadas por los Gentilares y un frontispicio de piedra ante la pradera y la cascada. Hace al caso referir que no pasan inadvertidas las figuras naturales de la peña más grande y elevada, y junto a otro peñasco, una espaciosa cueva, característica morada de los hombres primitivos.

Tras esta particular reseña histórica, retomamos el hilo de la visita (año 1992), ya presentes en el escenario reseñado.

Y comprobamos que los Gentilares o el cementerio de los antiguos peruanos en la zona iban desapareciendo por el descuido de propios y extraños y la profanación de los brujos. Invocamos, sin tardanza, a las autoridades y organizaciones sociales se sirvan destinar un local como museo, donde se guarden los restos mortales y los objetos importantes de estos Gentilares.


Desde 1992 están pasando 20 años, pero hasta hoy el Museo y la Casa del Turismo y la Cultura esperan ser materializados, quizá con autoridades del distrito, la provincia, la región y la nación que tengan un horizonte más amplio.






III

Por lo demás, en concepto de preservar el patrimonio cultural de San Juan de Licupís, en 1997 se inició una loable gestión: Reconocimiento de zonas arqueológicas en San Juan de Licupís: Cerro el Incudo, la Andahualguia, la Iraka, Cajamarquilla, San Lorenzo, el Camino del Inca, Cuartos del Inca, etc. Esta gestión estuvo encabezada por José Alcides Gonzáles Gastelo, como Presidente de la Comunidad Campesina de Licupís. En efecto, la Dirección Regional de Cultura de Lambayeque, DRC (antes INC), representado por dos arqueólogos del Museo Bruning (J. Martinez Fiestas y Marco Fernández Manayalle), los días 13, 14 y 15 de noviembre (1997), inspeccionó algunos sitios arqueológicos, por ejemplo los famosos Cuartos del Inca que comprenden tres bloques estructurales con catorce cuartos cada uno. La dimensión de cada cuarto es de doce metros por lado. De la denominación del lugar, Incatambo, y por encontrarse junto al Camino del Inca, se deduce que los cuartos eran importantes tambos de la época del Incario. El Camino del Inca (Cápac Ñan) es de seis a ocho metros de ancho, empedrado en gran parte, y evidencia el recorrido largo y solemne del Inca entre el Sur y el Norte del Perú imperial, el Tahuantinsuyo.


La Dirección Regional de Cultura de Lambayeque asumió, mediante el Acta No. 15, la responsabilidad de informar, encauzando el trámite, hasta incorporar el Patrimonio Cultural de San Juan de Licupís al de la Nación, conforme a la Ley No. 24047. Sucede, empero, que desde noviembre de 1997 están pasando 15 años y nada se cristaliza.

Pues todo proyecto social debe florecer: he ahí el verdadero desafío a los continuadores licupiseños.

Mario Gastelo Mundaca.

viernes, 11 de mayo de 2012

PEDRO VERANO
Por: Mario Gastelo Mundaca



Digno de recordación, maestro sanjosefino y escritor norperuano WALTER ARMANDO FERNÁNDEZ MUNDACA O PEDRO VERANO (seudónimo literario más conocido).

Nace el 3 de setiembre de 1941 en San Juan de Licupís (Chota, Perú), y fallece en Lima, abril de 1971. Realizó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional “San José” de Chiclayo. La Universidad Nacional de Trujillo le otorgó el título de Profesor de Educación Secundaria en las especialidades de Lengua y Literatura e Inglés.

Como poeta es premiado en los siguientes certámenes: A) Juegos Florales Internos de la Universidad Nacional de Trujillo 1965, con el poemario El Retorno; B) Juegos Florales de Poesía 1967 de la Universidad Nacional de Lambayeque, con el poemario La Fuente y el Poema; C) Juegos Florales de la Universidad de Piura 1970, con el poemario Playa Solitaria (premio póstumo).

Sus obras han sido editadas bajo los títulos: Playa Solitaria (poesía,1971), Diciembre (poesía, 2007) y La Venganza del Amor, cuento publicado en la Revista Cultural “LICUPÍS”, Edición 2007, pág. 10 a 12.

La Promoción 1971 “Walter Armando Fernández Mundaca”, que auspicia la publicación del segundo libro mencionado, dice a lo interior del texto de la contracarátula: “En homenaje póstumo la promoción 1971 que lleva su nombre, del colegio ‘San José’, relieva y resalta su permanencia como hombre cabal, su trascendencia como ser sensible, con mucha espiritualidad y una candidez espontánea, propia de los niños, su gesto tierno habita en cada espacio de su ser, siendo este manojo de poesías denominado ‘Diciembre’ un regocijo para nosotros sus alumnos y familiares”.




Mario Gastelo Mundaca (izquierda), Pedro Verano (centro) y Abraham Fernández Mundaca (derecha), en una ocasión deportiva, 1961, del Club Deportivo “San Juan”, Chiclayo.




He aquí algo de la poesía y cuentística de PEDRO VERANO:

POEMA


Poesía

dadme

el relámpago

tenaz

de la alborada,

para incendiar

de auroras

el pecho

de mi pueblo.





GAVIOTA

Gaviota:

llévate

mis penas

mar adentro

donde muere

la vida,

Llévalas

tras la tarde

de este día

a no volver.

Y déjame

por siempre

tu soledad

alegre

de no esperar

a nadie.



INFANCIA

Entre las callejas

se oyen

ya las rondas.


A lo lejos

la luna

se despierta.


Sopla el viento.


En el aire

se conjuran

un canto y una pena.


¿Quién vendrá?


Sí, Armando:

es tu infancia.



LA VENGANZA DEL AMOR

(cuento)

I

-Amiguita, ¿te acompaño?

-¿Qué le pasa, ah?

-Desde la primera vez que te vi me enamoré de ti.

-Calla cholo zonzo,.. ¡gafo!

Ella corrió, y abriendo de golpe la puerta grande de un chalet violáceo entró en éste, cortando bruscamente las frases galantes de Anselmo Mayta.

Aquel día era domingo. Día de estrenar vestidos y de pasearse en el Parque Principal. Y fue allí donde Anselmo la conoció. La estaba mirando toda la tarde y la siguió cinco cuadras, hasta que se atrevió a hablarle. ¡Zonzo! le dijo, ¡gafo! También; hermosas palabras, sin embargo, para su corazón enamorado.

La calle estaba solitaria y apacible. Uno que otro peatón la cruzaba. Anselmo se quedó transido, mirando el edificio violáceo donde la vio entrar. Era hermoso con sus balcones de jardines y sus ventanas grandes con persianas que parecía un palacio. -Estará sola- pensó -me estará mirando por la hendija de aquella ventana… mejor me voy-. Metió sus manos en los bolsillos y se puso a caminar.

La tarde, sobre la ciudad, iba tendiendo su velo…



II

-¡Naranjas, naranjas, a cincuenta las naranjas! ¡Vengan por acá, vengan a las naranjas!

Anselmo trabajaba en la parada. Vendía naranjas, mandarinas. Había entrado la alegría a su alma: estaba enamorado. De su mente amiga en ningún momento se apartaba la tierna imagen de aquella muchacha. Era hermosa, pues, la vida.

Desde que llegó de Urcos, hace un año, nunca había pensado en enamorarse. Sólo le había preocupado encontrar un buen trabajo para juntar dinero y volver algún día a su tierra con cosas lindas para sus hermanos. Deseó trabajar en alguna casa comercial, pero cuando lo solicitó le pidieron una serie de papeles que no los poseía. Hubiese trabajado en los arrozales, pero ya se había completado el personal. La Costa, en verdad, no era como oyó decir alguna vez, ni como lo había soñado. Pero así son las cosas. Uno cree que más allá del terruño está el porvenir, la suerte; pero no siempre es así. Uno cree ser dueño de su vida, de sus aspiraciones y de sus sentimientos, pero de pronto le asaltan circunstancias inesperadas para las cuales no siempre está uno preparado.



III

Ningún domingo dejó Anselmo de ir al Parque de la ciudad. Iba siempre luciendo su pantalón azul, dominguero, y su camisa verde o amarilla de paseo. Iba para ver a la elegida de su corazón, y quién sabe, para solazarse con las flores del jardín del Parque. A veces se quedaba largo rato contemplando los geranios, imaginándose entre las flores, semejante a su tierra, corriendo tras las mariposas, espantando avecillas bulliciosas con sus labios repletos de sonrisas. Allí veía siempre a Adela, aunque no siempre conversaba con ella. Una vez la vio charlar con un soldado y sintió celos, a tal extremo de entrevistarse con aquel, quien resultó ser familiar de ella.

Una tarde, la vio acompañada de otras muchachas. Estaban paseando y paseando alrededor del Parque. Él las observaba desde una banca solitaria. Cuando el racimo pasaba por su lado, ellas charlaban y sonreían en torno a él; se sentía feliz: ya todas sabían de su amor. Deseaba conversar ansiosamente con aquella, pero le era imposible. Esa Tarde la siguió con sus ojos minuto tras minuto hasta que en un momento las perdió. Corrió hacia ellas. No les dio alcance. Volteó una esquina, y las vio a distancia. Corrió hacia allí, pero no las encontró.

Anselmo creyó perdida la oportunidad de conversar con ellas. Le pesó no haberlas seguido más de cerca. Sin embargo, reaccionando, pensó: -Por una sola calle se llega a la casa a donde entró la vez primera… Voy allí-. Y así lo hizo.

La calle estaba desolada. Ningún automóvil la atravesaba. -En esta esquina la esperaré- pensó. -Y tendré dos cuadras para acompañarla-. Pasaron pocos minutos, pero para él fueron horas. -Si tuviese bicicleta o carro ya me la hubiera encontrado- se dijo para sí. Mas no asomaba. Preguntó la hora a un transeúnte. -Cinco de la tarde- le dijeron. Era casi la misma hora del domingo pasado cuando con ella conversó. No demoraría. En efecto, al cabo de unos minutos apareció en la recta. Creció su corazón y empezó a golpearle el pecho. Se arregló disimuladamente el cuello de su camisa nueva y se decidió hablarla:

-Buenas tardes, amiguita… Amiguita, buenas tardes.

Ella no le contestó.

-Quiero conversar contigo… Estoy enamorado de ti… Eres liadísima.

Tampoco le contestó nada.

-No seas mala, contéstame… Lo hago con buenas intenciones, porque quiero casarme contigo.

Y no le dio ninguna respuesta.

Ya casi llegando a la puerta del chalet, Anselmo, haciendo un ademán de tomarle por los hombros, le dijo:

-Amorcito, quiero conversar contigo… Trabajo en la Parada.

-¡Quita atrevido! –contestó la muchacha, colocando con fuerza su brazo derecho en el pecho de Anselmo, aventándolo a la acera.

-¡Qué pasa, allí! –dijo una voz- ¡Pasa, Adela, rápido! –prosiguió la misma voz, ya imperativa, que salía desde la ventana del segundo piso del chalet violáceo. Anselmo miró hacia arriba y vio un joven alto de pelo rubio y ojos azules que le miraba fijamente:

-¡Oye cholito!: ¿Qué quieres con mi cocinera? –le dijo su interlocutor.

Anselmo, sin contestar nada, se retiró avergonzado, rápidamente.

-Cholo me ha dicho a mí y cocinera a Adela -iba pensando- y eso es desprecio, creo. Bueno, pues, algo es algo: la he acompañado.

Una vez que Adela entró en el chalet se dirigió a la cocina, a sus quehaceres. Y hacia allí llegó el joven rubio, el de la ventana, quien pasando sus manos duramente por las nalgas voluptuosas de ella, le dijo:

-¡Cuidado Adela, ¿ah? ¡Mucho cuidado con la calle!

Adela quizo darle una bofetada, decirle las mismas palabras que le dijo una vez a Anselmo, pero no, no podía; aquel era hijo de sus patrones y no era menester. Además en la escuela, cuando estudiaba, le habían enseñado que siempre se debe respetar a las personas mayores, a los patrones, a las autoridades. Bullía, sin embargo, de rabia. Los ojos se le humedecieron. Todo su porvenir, imaginado, lo vio derrumbarse. Dudó un instante y le pareció que todo era mentira, sonrió; pero no, no eran ilusiones; era la pura verdad. Recordó a Anselmo. –Trabajo en la Parada- le había dicho. –Mañana iré a comprar y lo veré- se dijo. –Seremos amigos-.

Se durmió pensando y pensando en su vida; hizo el recuento de todo lo que le había sucedido aquel domingo. Y una mezcla de miedo y humillación se apoderaron de su ánimo.


IV

Adela era muy joven aún y no comprendía bien lo que era el amor. Dos años había pasado desde que la trajeron de Sapán. Entró a trabajar como Ama primero, pero por razones de viaje, sus patrones la despidieron. Anduvo buscando nuevo trabajo una y tres semanas. Al cabo de las cuales, tanto andar, leyó sobre la puerta grande de aquel chalet que decía:

“Se necesita cocinera con cama adentro.

Se paga buen sueldo.

Razón: Aquí, dentro”


Así empezó a trabajar de nuevo, sin pensar que muy pronto los hombres la requeririan.

-Trabajaré con juicio y volveré algún día a mi tierra con dinero para mi mamá y ayudarle a criar y educar a mis hermanos menores, huérfanos –se había dicho siempre.

-Adela, vete al mercado, temprano –le dijo su patrona.

-Bien, Señora –contestó ella.

-Ya sabes lo que vas a comprar… Hoy es lunes.

-Bien, Señora.

Y Adela salió, rápido.

-Iré a la Parada –pensó-. Puede darse la casualidad de encontrarme con Anselmo.

-¡Naranjas!, ¡naranjas! ¡Pase por acá! ¡Vea qué dulces están las naranjas! –decía una voz en el rincón mismo de un gran toldo. Era Anselmo. Sí, era él.

-Vende naranjas –pensó y se resolvió:

-Joven, por favor, diez naranjas –pidió Adela.

-Encantado, señorita –replicó Anselmo. Pero a la hora que le colocaba las naranjas en su canastón, un inusitado recuerdo le avisó que ella era la muchacha que estaba enamorado.

-¿Cuánto es? –preguntó Adela.

Nada –replicó Anselmo, mirándola profundamente emocionado. Ella tenía los ojos pardos y achinados y sus mejillas eran como el color de una flor de geranio en primavera.

Ambos se turbaron. Ella no atinó más que seguir caminando. Él a mirarla. Luego, Anselmo, encargando de inmediato su venta, la siguió:

-Adela, Adelita, ¿puedo acompañarte?

-¿Y cómo sabe mi nombre? –increpó ella.

-La última vez que te acompañé te llamó por tu nombre el joven aquel de la ventana. Y desde ese día lo he gravado en mi recuerdo, porque lindo es tu nombre.

-Gracias –dijo ella. ¿Y como te llamas tú?

-Yo, Anselmo –contestó titubeando.

Caminaron mucho, conversando y conversando… Y faltando sólo dos cuadras para llegar a casa, Anselmo continuó:

-Bueno, Adelita, perdóname; pero quería decirte que te quiero. No sé que me pasa, pero lo cierto es que m’enamorao de ti. No sabía cómo decirte esto, pero m’ he atrevío a decirte. ¿Qué dices, ah?

-Bueno, mira, yo no puedo decirte nada. Además yo me voy a mi tierra en Setiembre. Faltan sólo siete meses nomá.

Y cansada por el canastón se puso a descansar.

-No, Adelita, mira, yo viviré para ti nomá. Nos uniremos y trabajaremos juntos. ¿Qué dices, ah?

Adela, tomando nuevamente su canastón, le dijo:

-El próximo domingo conversamos más y allí te digo.

-No seas malita, Adela, ahora mismito, pues, dime. No seas mala.

-No, el próximo domingo te digo, si quieres, chau, chau. Ya no me sigas, ¿ah?

Anselmo se detuvo en la esquina. Ella siguió su marcha. Nunca antes para Anselmo la vida pareció tan bella y jamás se vio tan satisfecho de sí mismo; pues, tenía ya la esperanza. Esperó que Adela entrara en el chalet y haciendo un gesto de triunfo corrió por la calle soleada saltándose a su paso un volkswagen estacionado, cual si fuera un loco… de ternura…



V

Llegó el domingo esperado con ansiedad. Anselmo, desde temprano estaba en el Parque. No se habían citado, pero se suponía que allí se verían. Y en efecto así fue:

-Adelita, qué has pensao, ¿ah?

-Pues no sé que decirte.

-Mira, Adelita, si tu me aceptas, trataré de que seas feliz, palabra.

Pasearon casi toda la tarde. Él tratando de obtener el sí. Ella dudando más de una vez. Y llegando ya hasta la esquina del chalet, ella se detuvo para despedirse.

-Hasta acá nomá me acompañas, ya me voy.

-Bueno, Adelita, dime la verdad, capaz ya no quieres que venga. ¿Acaso ya tienes enamorado?

Adela se turbó y se quedó en silencio. Asomó a su mente la imagen inesperada de Juan Carlos, el hijo de sus patrones, quien la estaba requiriendo e insinuándole el amor más y más.

-No, no tengo –dijo Adela, mirando dulcemente a Anselmo, casi triste y estática.

Anselmo, no teniendo más palabras, se inclinó ligeramente hacia ella y besó tiernamente su mejilla.

-Te adoro –le dijo-. Eres mi vida-

-Yo también te quiero –le contestó Adela.

Y se despidieron.

El suave viento se Setiembre paseaba al sol dorando las paredes y se refractaba, al mismo tiempo, entre los vidrios; y Anselmo, preso de una alegría infernal se puso a andar. Le había aceptado Adela, no había duda.

También la orfandad tiene su estación de alegría.



VI

Fueron pasando los días como siempre. Anselmo y Adela se veían continuamente. Iban al cine de vez en cuando y todo marchaba bien. Pero un domingo, Adela, llegó tarde a su trabajo y la reprendieron. Ella no dijo nada. En seguida:

-¡Adela! –le gritó Juan Carlos desde su dormitorio.

-¡Señor! –contestó.

-¡Alcánzame la bañera con agua!

-¡Bien, Señor!

Ella le alcanzó de inmediato. Pero antes que saliera del cuarto, Juan Carlos cerró la puerta y la tomó bruscamente de sus brazos.

-Me gustas –le dijo, susurrándole.

Y se abalanzó sobre ella.

-¡¡Anselmo!!, ¡¡Anselmo!!, ¡¡Anselmo!!! –gritó fuertemente, Adela, forcejeando en vano. Y sus gritos agudos y penetrantes se fueron ahogando en los desnudos brazos de Juan Carlos hasta apagarse definitivamente en el silencio del inmenso Chalet.

El tiempo pasó sin novedad. Adela nunca se atrevió revelar su problema a Anselmo. Su patrón había abusado de ella sin ninguna dificultad. Qué lo iba a hacer. Eran su Patrón, al fin.

Anselmo siguió trabajando normalmente, pero un buen día llegaron los Policías Municipales a su puesto. Le pidieron su Carné de Salud, su Libreta Militar y Electoral, pero no tuvo ninguno de estos documentos.

-Le esperamos una semana –le dijeron-. Si no los tiene para aquella fecha, dejará de vender.

Y así fue. Anselmo se quedó sin trabajo. Anduvo semana tras semana buscando un nuevo, pero siempre le respondieron: “No hay, pero presente solicitud y certificados por si acaso”. Mientras tanto, evitaba verse con Adela, pues, no quería que ella se pusiera triste, por eso.



VII

Pasaron los meses uno tras otro y Anselmo seguía sin trabajo. Para pasar los días cargaba bultos y cobraba. Un día compró naranjas para vender nuevamente, pero vinieron los municipales y le quitaron. Poco le faltó para llorar de amargura.

-“Cuando tengamos dinero, nos casaremos; viviremos y trabajaremos juntos” –se habían prometido mutuamente.

Los encuentros ya no tenían el mismo sabor, pero el amor que Anselmo profesaba a Adela era el mismo. Un domingo que fueron al cine, Anselmo se atrevió bastante y le toco ligeramente el vientre.

-Estás engordando mucho –le susurró al oído-, pero qué importa eso, ¿di?

Adela no le contestó nada. Pero al despedirse aquel día, le saltó el presentimiento de que Anselmo se estuviera dando cuenta de su embarazo y resolvió no más salir los domingos. Y ¿qué diría la Patrona de su embarazo? ¿Declararía la verdad? ¿La despedirían? ¿Dónde iría? ¿Cuál sería la reacción de Anselmo? Éstas y muchas otras preguntas rebullían en su mente. ¿Qué hacer, pues?...



VIII

En vano la esperó los domingos siguientes. Ya no veía a Adela.

-¿Qué le habrá pasado? –se preguntaba para sí.

Y no habiéndola visto ya ocho domingos consecutivos, resolvió ir a verla a su trabajo. Tocó el timbre una y otra vez. Al fin salió una dama de guardapolvo blanco que al parecer trabajaba allí. ¿La habrán reemplazado? –pensó. Luego, preguntó:

-¿Está Adela, por favor?

-No, señor. Está en el Hospital –contestó.

-¿Qué? –dijo, y se nubló el alma. Algo grave pasaba. ¿Por qué será?...

Acudió de inmediato al Hospital. Sufrió mucho para ingresar. Hasta que al fin logro dar con el pabellón donde estaba. Nunca antes había entrado en un hospital y aquello le parecía otro mundo. Después de hablar con las enfermeras, penetró en cuarto donde se encontraba Adela. Percibía raras fragancias en el ambiente. Luego vio entre sábanas blanquísimas a su amor, pálida y enjuta que dormía apaciblemente.

-Adela, Adela –le susurró-. ¿Qué tienes? Soy Anselmo. ¿Me reconoces?

-¡¡¡Anselmo!!! –prorrumpió Adela, con sus ojos desorbitados y con un grito agudo y fuerte como salvada de una pesadilla horrorosa.

-¡¡¡Anselmo!!! –prosiguió y se inundaron sus ojos en lágrimas.

-Permiso, Señor –dijo una elegante enfermera portando un niño rubio en sus brazos que lo colocó maternalmente junto a Adela.

Anselmo se quedó mirando, anonadado, aquel cuadro tierno y sublime: ¿qué había pasado?...

-Señor, ¿Usted es familiar de esta Señora? –inquirió la enfermera, sacando de su asombro a Anselmo.

-Sí, Señorita –contestó él, inesperadamente.

-Hace una hora más o menos dejaron este papel a la Señora, tómelo.

Anselmo se dispuso a leerlo:


“Adela, quedas despedida del trabajo. Tu hijo que has tenido

y que alegabas ser de mi Juan Carlos es una ofensa a la

dignidad de mi hogar. El hijo tuyo pertenece a ese tu cholo

Anselmo Mayta. Ya todo lo hemos averiguado.

Lyana de los Ríos”.

Un hormigueo brusco y helado le recorrió desde la coronilla hasta los pies, y sin decir una sola palabra salió a la velocidad. La furia invadió todo su ser y la amargura se apoderó de él. A tientas y sin darse cuenta apareció en la Parada y prestándole a su amigo su puñal se despidió apresurado.

-¿Dónde vas, Anselmo? ¡Oye! ¿Dónde vas? ¡Dónde vas! –le gritó su amigo.

-¡A vengarme! –le contestó y desapareció fugazmente…



IX

Anselmo se agazapó en la esquina del chalet violáceo donde había trabajado Adela.

-Tengo que vengarme… Tengo que hacerlo –pensó rabiosamente…

Estaba resuelto a dar muerte a Juan Carlos. Sí, él lo conocía. Era aquel que le había dicho “cholo” una vez. El que le había arrebatado su amor. El que había arruinado su vida.

No se dio cuenta cuanto tiempo estuvo esperando. Pero a eso de las cinco de la tarde llegó un carro verde brillante y se detuvo en la puerta del chalet. Sí, era él. Juan Carlos acababa de llegar. Salió del vehículo, vestía elegante saco amarillo. Anselmo sin pensarlo dos veces, corrió hacia él y sin titubear asestó de improviso una y otra vez el puñal en el pecho níveo de Juan Carlos, en medio de gritos y quejidos.

Anselmo, con sus vestiduras chapoteando de sangre corrió por la calle en dirección al hospital, seguido por el griterío de curiosos y pitazos de policías que gritaban a la vez: ¡detente o disparo!, ¡deténgalo! Pero no hacía caso. Los carros se detenían. El tráfico se interrumpió. Los claxons formaban un coro atronador. La cosa era grave: había asesinado al hijo de una honorable familia de la ciudad.

Acesando y sudando sangre y furia llegó hasta el hospital. Quiso entrar a la fuerza, pero lo detuvieron cinco porteros. La multitud perseguíale furiosa. La intención de él era llegar hasta Adela y darle la noticia, mas no lo logró. Dos, tres, cuatro, cinco, diez, veinte policías le fueron tomando paulatinamente. He iban llegando otros más. El público se amotinaba.

-¡Déjenme entrar! ¡Quiero ver a Adela! ¡¡Déjenme!! –gritaba Anselmo, preso de un arrebato bestializado y prendido fuertemente de los hierros de la puerta del nosocomio.

-¡Camine!, ¡¡vamos!!, ¡¡¡camine!!! –le conminaba en coro la policía.

-¡¡Adela!!, ¡¡¡Adela!!!, ya lo maté a tu patrón! ¡Ya lo maté y no…!

-¡Plag!, ¡plag!, ¡plag! -los varazos le cortaron instantáneamente sus palabras.

-¡Camine con nosotros!, ¡plag!, ¡plag!, ¡¡camine con nosotros!!, ¡plag!, ¡plag!, ¡plag! Los golpes secos de vara fueron cayendo en su cabeza, en su cuello, en su cuerpo, hasta que se desplomó ahogándose su voz en el murmullo de la gente y en el griterío de mujeres, claxons y sirenas.

Un sabor salobre, esponjoso y tibio llenó bruscamente su boca, al mismo tiempo que a empellones y varazos lo introducían en un carro oscuro, brilloso que partió a velocidad…

-¡¡¡Adelaaa!!!, ¡¡¡Adelaaaaaa!!!, ¡¡¡¡Adelaaaaaaaa!!!!, ¡¡¡¡¡Adelaaaaaaaaaa!!!!!...

Sus ahitas llamadas de locura, ya sólo perceptibles en su imaginación turbada, se fueron apagando lentamente en la inmensidad de su tragedia solitaria…


Julio de 1970
Walter Armando Fernández Mundaca

martes, 13 de marzo de 2012

INVITACIÓN

A través de este medio, INVITAMOS CORDIALMENTE a los socios de nuestra Asociación y paisanos a participar de la presentación del poemario La otra Tierra del Sol, de MARIO GASTELO MUNDACA, organizada por CONGLOMERADO CULTURAL - Lambayeque.

Comentan: Rogelio E. Vilcherrez Chozo, Antonio Castro Cruz y Ninfa Idrogo Cubas

Día : viernes 16 de marzo del 2012

Lugar : Sala de conciertos de la DRC-Lambayeque

Av. Luis Gonzáles Nº 345 - Chiclayo

Entrada libre

sábado, 25 de febrero de 2012

EN LA HISTORIA

Directivos y socios de la asociación en la plaza cívica de José Leonardo Ortiz.

EN LA HISTORIA

Respresentantes y socios de la Asociación San Juan de Licupis.

Talante de mi Tierra, loando en décimas y cuartetos

La sensibilidad y la cognición del autor se ven reflejadas en sus obras. Talante de mi Tierra, loando en décimas y cuartetos de, nuestro socio, Walter Gastelo Gastelo, es una muestra de lo expresado. En ella, nos presenta de manera particular, las costumbres de la población del distrito de San Juan de Licupís, como en La pechada, versos cantados por los jóvenes para conquistar a su amada.

Una muestra poética.


LA PECHADA


En mi tierra la pechada,

se escuchó a medianoche,

en cuartetos sin reproche,

cual juventud inspirada,

convencer su enamorada,

sonoros versos cantaron,

en pareja entonaron,

con guitarra en madrugada,

por conquistar a su amada,

¡Llevándola terminaron!

viernes, 24 de febrero de 2012

NUESTRO ANIVERSARIO

El 31 de mayo se celebra un aniversario más de nuestra Asociación. A propósito, aquí una reseña histórica.


La Asociación “San Juan de Licupís” fue fundada el 31 de mayo de 1975, en Chiclayo, con objeto de integrar a los licupiseños residentes en esta ciudad y en el distrito San Juan de Licupis.


Según el Estatuto, son fines de la Asociación: a) promover el bienestar social, económico y cultural de todos sus asociados, sustentándose en las diversas formas de ayuda mutua e igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres; b) difundir los valores culturales y motivar la creación intelectual y artística entre la población regional, nacional e internacional; c) coordinar e intercambiar permanentemente experiencias de investigación, docencia y capacitación en el quehacer cultural y científico a nivel regional, nacional e internacional; d) crear un fondo de solidaridad para casos de enfermedad o muerte de los asociados; e) participar en la coordinación, ejecución y control de los proyectos de desarrollo integral del distrito de San Juan de Licupís; f) promover el mejoramiento del saber científico y el nivel cultural de los asociados y de la población en general; g) brindar apoyo y asesoramiento a las instituciones educativas y culturales de San Juan de Licupís; h) generar cambios positivos, tanto cuantitativos como verdaderamente cualitativos en el desarrollo económico y social de la Región, i) Intercambiar, participar y crear fuentes y/o puestos de trabajo a través de la realización y ejecución de proyectos; j) Fomentar el respeto a la Constitución y a las leyes de la República, para desarrollarse en democracia y paz social.


Muestra de esto es el haber trabajado afanosamente durante sus 37 años de existencia institucional. De buenas a primeras: a) por la construcción de una carretera propia, desde Carhuaquero hasta la capital del terruño, carretera que hoy lleva el nombre de su pionero: “Juan B. Cabrera Gastelo”; b) por la creación y organización de la Comunidad Campesina “San Juan de Licupís”; c) por la elevación a distrito de San Juan de Licupís, Ley No. 24720; d) por el progreso cultural de sus asociados y de todos los pobladores del Distrito.


La Asociación en el curso de su existencia, ha sido presidida por sus socios: Antero Cabrera Montalvo, Walter Gastelo Gastelo, Marín Manay Sáenz, Wilder Montalvo Cabrera, Abraham Fernández Mundaca, Mario Gastelo Mundaca, Antonio Cabrera Fernández, Wilfredo Gastelo Paz y, su actual presidente, Artemio Fernández Gastelo.


Cabe señalar que antecedió a la Asociación el Comité Pro-carretera “San Juan de Licupís”, presidido por su insigne pionero: Juan B. Cabrera Gastelo.


Pues siendo así, hoy todo licupiseño debe ser socio activo de nuestra Asociación, para que ésta continúe existiendo, fortaleciéndose y honrando a las generaciones presentes y venideras.

martes, 21 de febrero de 2012

POEMARIO

Publicado en febrero del 2012.


Pemario, cuyo título sugerente nos invita a leer poemas de acción social, reflexionar sobre la situación de los de a pie, como lo dice el autor; y a partir de allí, buscar el mejor lugar donde vivir, La otra Tierra del Sol.

martes, 14 de febrero de 2012

La otra Tierra del Sol

Poemario escrito por nuestro socio y asesor jurídico, Mario Gastelo Mundaca. En él, como lo dice el mismo autor, los lectores: "verán en los poemas castillos de fuegos festivos de uno a tres cuerpos y gozarán con ellos durante la noche". Además, nos permitirá hacer una reflexión sobre la situación de la sociedad actual y lo que desea, Mario, para ella. Así como, encontraremos poemas en los que hace referencia a nuestra tierra, tales como: El chirimoyo, El saúco y otros.

Aquí, una muestra poética:


EL CHIRIMOYO


El chirimoyo arboreciendo

en un rellano, entre la

cuesta del camino a Licupís.


Hacia el panorama se da

frondoso, esbelto y

sin bajas ramificaciones.


Le faltan flores y chirimoyas

todavía, por lo menos

ostenta promesa, ¿verdad?


Sus hojas y ramas, su verde

sombra y albo abrigo

calman a quien sube la cuesta.


En cambio, al verlo antes

de toda primavera,

la canora no le frecuenta


¡Oh muda ausencia, hasta

cuando el chirimoyo

llegue a ser árbol florecido.

  RETOMAN COSTUMBRES . COMITÉ DE USUARIOS DE AGUA” PATRÓN SAN ANTONIO” Y” PATRÓN SAN JUAN”   Los Comités de Usuarios de agua “Patrón S...